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Experiencias de la infancia que pueden perdurar toda la vida

Por: Diana Spíndola Yáñez

La infancia establece un momento crucial en el que se constituye la estructura de muchos de los elementos que condicionan nuestros procesos psicológicos y psicosociales como la interpretación de la realidad, las relaciones sociales, la gestión de la tristeza, etc.
Muchas de las experiencias del pasado surgen por múltiples razones y afectan de manera distinta a cada individuo, en función de sus características individuales o personalidad, llegando a determinar en gran medida la forma de ser del adulto.

Las experiencias emocionales que pueden convertirse en heridas emocionales en los niños pueden tener su origen en una infancia traumática, en la que la persona ha tenido que hacer frente a un suceso grave que cambia su vida por completo, como por ejemplo la muerte de un ser querido; cambios de domicilio o de escuela, acoso escolar o cualquier otra experiencia difícil de superar. Pero no siempre tienen su desencadenante en una vivencia puntual y particularmente violenta y catastrófica.

Otro posible origen de los daños emocionales lo podemos encontrar en la forma que tiene el niño de interpretar cualquier acontecimiento de su vida diaria y esto puede estar ocasionado por un modelo de crianza demasiado estricto o que lleve al pequeño a sentir culpa por todo lo malo que le pasa.

Es importante tener claro que durante la infancia los niños y niñas no cuentan aún con las herramientas de razonamiento y análisis que tenemos los adultos para entender algunas situaciones complejas y sopesar todos sus matices positivos y negativos; es por eso que son más proclives a adoptar marcos de interpretación de la realidad extremadamente pesimistas o generadores de conflictos, ya que dan lugar a sentimientos muy intensos ante experiencias que requieren ante todo prudencia y reflexión para entender lo ocurrido.

Cabe destacar que estas heridas emocionales se suelen producir en las primeras etapas de la infancia, es decir, hasta los 8 o 9 años, cuando tanto la personalidad del niño como su cerebro aún se están desarrollando y por ende no cuenta todavía con plena funcionalidad en algunas áreas del encéfalo encargadas de analizar y comprender conceptos muy abstractos o razonamientos complejos.

… niños que perciban una despreocupación o un desinterés de sus padres hacia ellos, aunque en realidad no sea así. En estos casos la persona puede llegar a desarrollar en el futuro relaciones basadas en la dependencia emocional hacia otra persona …

Los principales daños emocionales que aparecen en la infancia y que pueden cambiar la vida de una persona para siempre son:

  1. Miedo al abandono
    El miedo al abandono es uno de los miedos más habituales que tienen los niños en las primeras etapas de su crecimiento, y este miedo en particular suele aparecer en torno a los 4 años de edad.

    El miedo al abandono y a quedarse solo afecta de manera muy intensa en cualquier niño de corta edad, llegando a condicionar en gran medida su personalidad adulta y sus relaciones futuras.

    Este miedo tan común aparece en niños que viven en entornos donde no se les brinda el cariño, el amor, el apoyo y el acompañamiento necesarios para que se desarrollen de manera natural y establezcan relaciones de apego con su entorno.

    Además de eso, el miedo al abandono también puede desarrollarse en niños que perciban una despreocupación o un desinterés de sus padres hacia ellos, aunque en realidad no sea así. En estos casos la persona puede llegar a desarrollar en el futuro relaciones basadas en la dependencia emocional hacia otra persona.

    Las personas que crecieron con miedo al abandono desde niños suelen establecer relaciones superficiales y no se comprometen casi nunca ni con amistades ni con parejas. Por el contrario tienen tendencia a dejar sus parejas al poco tiempo y abandonar proyectos de todo tipo, por miedo a ser abandonados y experimentar de nuevo esa sensación de soledad.

  2. Miedo al rechazo
    El miedo al rechazo puede estar relacionado con el miedo al abandono y se basa en experiencias infantiles en las que el niño no ha sido aceptado por su grupo de amigos, su familia o sus padres.

    Este tipo de miedo se basa tanto en experiencias reales de rechazo como en aquellas en las que el niño experimentó un rechazo que pudo ser real o simplemente algo percibido por él mismo.

    El rechazo se basa con un nivel bajo de autoestima y con el desarrollo de una serie de pensamientos de autodesprecio, basados en creencias como “no valgo para nada” o “soy un inútil” o “nadie me querrá jamás”.

    La herida provocada por el rechazo puede sanar con el tiempo sustituyendo estos pensamientos negativos por otros más positivos y adaptativos, que hagan hincapié en las capacidades, logros y aspectos positivos de uno mismo.

  3. La herida de la traición
    Las experiencias en las que el niño o la niña se sienten traicionados por sus padres pueden dejar una huella muy profunda en la salud mental del adulto en el futuro.
    Esta herida es más grave especialmente cuando el padre o la madre traicionan al niño de manera repetida, casos en los cuales los niños desarrollan sentimientos de rencor e incluso envidia hacia algún hermano que sí reciba las cosas que le prometieron.

    La herida de la traición genera habitualmente adultos que necesitan tener el control de todas las situaciones para evitar que las personas de su entorno les traicionen y que tienen en alta estima conceptos como la amistad, la lealtad o la fidelidad.

  4. La herida de la humillación
    La herida de la humillación se da en aquellos niños cuyos padres humillaron o ridiculizaron de manera sistemática en la infancia.

    Al crecer, estas personas suelen desarrollar una baja autoestima, dependencia emocional hacia otros y una necesidad constante de ser validados, aceptados y aprobados externamente.

    La herida de la humillación se supera perdonando a quienes le humillaron en el pasado y olvidando todas aquellas experiencias dolorosas.

  5. La herida de la injusticia
    La herida de la injusticia se da en niños cuyos padres fueron muy estrictos durante la infancia y que desarrollaron hacia sus progenitores un sentimiento de injusticia a lo largo de su crianza.

    Los adultos que arrastran esta herida son también rígidos e intransigentes con su entorno, llegando siempre a imponer su voluntad y su razón sobre otros y ansiando siempre mayor poder e importancia.

    Esta herida puede curarse trabajando los modelos de pensamiento demasiado rígidos, y es importante cambiarlos por otros más flexibles, que permitan tener en cuenta todos los matices y los aspectos de una realidad compleja y cambiante.



    Psic. Diana Spíndola Yáñez
    CENTRO DE ASESORÍA
    PSICOLÓGICA-SKOOL-TOOLS
    FACEBOOK: centro de asesoria psicologica-skool-tools
    Tel. 210 3280 – 662 206 3414
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